lunes, 4 de abril de 2011

Más de un calor, más de uno.

Despertar con los ojos adoloridos es el comienzo de un difícil recorrido. Esos ojos calientes que solo quieren bajar sus párpados para humedecerse, o mejor aún, para seguir soñando.
Abandonar el calor de una cama es un momento muy difícil. El tener que dejar un lecho tibio y acogedor, que te invita a continuar el placer del descanso y la pereza, y vivir el trauma, casi como se vive la salida del vientre materno. El cuerpo comienza a reaccionar tras el frio del abandono de ese oasis, para entrar al calor de la cascada que se dispone a liberarme del cúmulo de pereza insaciadas.
Cubrir el cuerpo es un ejercicio importante, indica cuál será la actitud del recorrido. En general quiero estar cómoda, lo que puede implicar una infinidad de cosas.
El camino está lleno de calores. El sol me agrada cuando mis brazos se están sintiendo desnudos. Pero la sensación de sudor ajeno cerca de mi cara me provoca deseo de sentir frío. Pero soy también sudor ajeno para otros. Otros a los que generalmente miro con atención. Hay personas de todos los tipos: Escotes pronunciados, faldas largas, zapatos horribles, zapatillas de moda, camisas mal planchadas o sin planchar, hasta que mi mente despega. Comienzan las historias; tantas cosas que me gustaría que ocurriesen, pero la casualidad tendría que ser mi mejor amiga y parece ser que se hace la tonta, que no me quiere mucho.
Hice el transbordo. Ya no estoy en el metro, estoy en la micro. No me di cuenta cómo fue ese cambio. Mi cuerpo actúa de vez en cuando con piloto automático activado. Sólo alcanzo a preguntarme cómo hice para cruzar calles sin ser atropellada, aunque al parecer no crucé calle alguna y es el motivo por el que sigo viva aún. El calor me sigue acompañando. La gente invade mi metro cuadrado y yo el de la gente. Me pisan y me empujan con confianza de amigos de toda la vida. Subimos todos casi abrazados y como nuevamente el espacio no me permite hundirme en un libro, mi cabeza escapa de mi cuerpo y se traslada a la situación que quiere, aunque no me lleva con ella, porque yo sigo sintiéndome realmente abochornada, y con muchos olores rodeándome.
Cuando pongo mis pies en la calle y comienzo a avanzar, el sol parece tener más fuerza que antes para golpearme, y lo hace. Mi frente comienza a sudar y ya no me gusta tanto como cuando recién salí de casa. Al menos veo colores nítidos: El pasto muy verde, la ciudad muy ploma, etc. Mi cabeza aún no me acompaña en demasía, al punto que permite que se me escapen en voz alta algunos diálogos que me pertenecen dentro de mi fantasía.
De lleno en la universidad, cuando ya he detenido mi camino y mi viaje ha finalizado, mi cabeza entiende que debe quedarse quieta, que ya es hora de acompañarme. Veo rostros conocidos. Beso uno en la boca, y el resto en la cara. Me encierro donde deba y cuando el calor comienza a dejarme en paz, entonces mi cabeza se entrega.

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